La piel 2.0
No hay nadie dentro de la copia, pero la copia se mueve. Y se parece demasiado.
En el umbral de una nueva fase civilizatoria, la humanidad ya no sólo representa al mundo: lo duplica. Este giro no es meramente técnico; es simbólico, cultural, incluso espiritual. Mientras el siglo XX se obsesionó con la reproducción mecánica, fotográfica y mediática del mundo, el XXI se sumerge en una fase mucho más profunda: la emulación integral. Ya no se trata de copiar formas ni de repetir funciones, sino de replicar decisiones, deseos, trayectorias vitales. En ese contexto, emerge una categoría clave que sintetiza esta transformación: los gemelos digitales.
Originado en el ámbito de la ingeniería industrial, el concepto de gemelo digital designa una simulación computacional precisa que reproduce el comportamiento de un objeto físico. Su utilidad es incuestionable cuando se trata de turbinas o cadenas logísticas. Pero cuando lo replicado no es un sistema mecánico sino un cuerpo humano, un sujeto viviente, el desplazamiento ontológico es inevitable. ¿Qué sucede cuando una persona es duplicada mediante datos, comportamientos, proyecciones estadísticas? ¿Qué queda del individuo cuando su doble anticipa y prefigura sus acciones reales?
Como en la película Mickey 17, un gemelo digital de un paciente puede prever enfermedades antes de que el cuerpo las experimente. Un gemelo de un consumidor puede simular sus decisiones de compra antes de que las tome. Y en el ámbito laboral, estos dobles pueden evaluar rendimientos, gestionar tareas, tomar decisiones estratégicas. Lo que se juega aquí no es solo eficiencia: es el estatuto mismo de lo humano.
El filósofo Bernard Stiegler sostenía que el ser humano es, en esencia, un animal técnico: un ser constituido a través de sus herramientas. Pero el gemelo digital subvierte esta relación. Ya no se trata de prolongar nuestras capacidades mediante utensilios, sino de crear una instancia paralela que nos anticipe, nos modele, nos normativice. El humano queda subsumido en el doble. Su agencia, mediatizada por algoritmos.
Ejemplos no faltan. En medicina, IBM y Siemens Healthineers desarrollan modelos que simulan el cuerpo entero de un paciente, permitiendo anticipar el desarrollo de patologías o testear virtualmente tratamientos personalizados. Estas simulaciones no solo aceleran procesos: los reorganizan desde una lógica predictiva que tiende a eliminar la incertidumbre.
Pero sin incertidumbre, ¿queda lugar para la experiencia?
En el mundo del trabajo, compañías como Soul Machines desarrollan avatares emocionales con rasgos humanos capaces de atender clientes, asistir en tareas administrativas o representar a sus "originales" en contextos sociales. Estos seres digitales aprenden, gesticulan, adaptan su comportamiento. Son una forma avanzada de outsourcing subjetivo: no se terceriza una tarea, se terceriza la presencia misma.
En el plano cultural, relatos como los de Devs o Black Mirror exploraron las zonas grises entre la identidad y su copia, entre lo vivido y lo simulado. Videojuegos como Cyberpunk 2077 o Detroit: Become Human plantean futuros posibles donde la línea entre lo humano y lo sintético es difusa, borrosa, peligrosa. La pregunta no es si estas ficciones se volverán realidad. Es si ya lo hicieron.
Como ya hemos mencionado en ediciones anteriores, en el Sur global el acceso a estas tecnologías puede parecer limitado. Pero sus efectos ya nos atraviesan. Las plataformas digitales recopilan, interpretan y modelan nuestros datos para predecir consumos, comportamientos, afinidades ideológicas. El gemelo digital ya existe, pero de manera distribuida, fragmentaria, encapsulada en bases de datos y vectores de inferencia que determinan qué vemos, qué elegimos, qué somos.
La memoria, entonces, se digitaliza. Se convierte en un archivo calculable, operable, vendible. En Atlas of AI, Kate Crawford denuncia que la inteligencia artificial no es una tecnología neutral, sino una forma de extracción que captura no solo recursos naturales y trabajo humano, sino también subjetividades. La copia no es inocente. Tiene dueño. Tiene propósito. Tiene mercado.
Lo inquietante no es que exista una segunda piel (o una versión 2.0). Es que esta piel artificial, compuesta por capas de datos y predicciones, comienza a moldear la piel original. Lo que se anticipa desde los modelos comienza a condicionar lo que hacemos, lo que sentimos, lo que imaginamos. La profecía se cumple a sí misma. La copia toma el mando.
Desde el romanticismo europeo hasta la ciencia ficción contemporánea, la figura del doble funcionó como metáfora del extrañamiento, del narcisismo, del otro que nos habita. El gemelo digital es una nueva encarnación de ese doble, pero ya no es metáfora: es infraestructura. Está en nuestras apps, en nuestras búsquedas, en nuestras decisiones delegadas.
Erik J. Larson, en El mito de la inteligencia artificial, recuerda que seguimos sin comprender cómo funciona realmente la inteligencia humana. El salto entre correlación estadística y comprensión contextual sigue sin resolverse. Pero la copia no necesita entender para operar. No piensa, pero ejecuta. No reflexiona, pero decide. En esa eficacia vacía radica su peligro.
La educación, la salud, la política pública, la justicia, todas están explorando formas de incorporar sistemas basados en duplicación, predicción y simulación. Se trata de modelos que prometen optimización, pero cuya implementación puede erosionar valores fundamentales: el juicio humano, el error como fuente de aprendizaje, la autonomía como derecho.
En un mundo dominado por el contenido creado por gemelos digitales: ¿Dónde queda el desvío, lo inesperado, el gesto no previsto por el modelo? ¿Qué pasa con la falla, con la contradicción, con el tiempo vivido? Las memorias en copia no tienen dudas. Pero tampoco tienen historia. No cambian. No envejecen. No desean. Esto también es la “Internet muerta”:
Me quedo pensando...
¿Y si la copia es como la del Dr. Jekyll? Mr. Hyde (de Stevenson) acciona lo que el Dr. Jekyll no se atreve en el mundo real... aquí el doble no es un mero reflejo, sino una manifestación liberada de los impulsos más oscuros y antisociales del individuo.
¿Y si la copia algorítmica conoce y ejecuta los deseos más reprimidos y oscuros?
Por otro lado em acordé del psicoanalista Otto Rank, que en su ensayo "El Doble", explora cómo esta figura emerge de la sombra de la psique, a menudo como una proyección de nuestros deseos reprimidos, nuestros miedos o una confrontación con la mortalidad. Para Rank "El Doble" es una manifestación de lo inconsciente que se materializa frente a nosotros, un eco de nuestra propia esencia. La duplicación nos confronta, según el autor, con nuestra finitud y la fragmentación de nuestro ser. ¿Parecido a la "Piel 2.0"?